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Así manifestó su gloria

  • Foto del escritor: P. Manuel Hernández Rivera, MG
    P. Manuel Hernández Rivera, MG
  • 21 ene
  • 4 Min. de lectura

II Domingo del Tiempo Ordinario

Ciclo C

Homilía 19 de enero de 2025

Is 62, 1-5; 1 Cor 12, 4-11; Jn 1-11



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La Iglesia nos ofrece el tiempo ordinario para reflexionar y caminar con Cristo Jesús en nuestra vida cotidiana. Con la fiesta del Bautismo del Señor iniciamos este tiempo en el cual, Dios nos manifiesta a su hijo: “Tú eres mi hijo, el predilecto, en ti me complazco” (Lc 3, 22). En este II domingo, san Juan nos narra cómo Jesús “manifestó su gloria” y la fuerza salvífica con la que llega el Reino de Dios.

            Nos cuenta el evangelista que la Madre del Señor, Jesús y los discípulos fueron invitados a una boda en un pueblo pequeño y tal vez insignificante: Caná de Galilea. No se habla de los novios ni se dan más detalles sobre ellos; lo importante es situarnos en el ambiente festivo de una boda.

Las bodas son propiciadas por el amor de dos esposos; cuando su amor se une y se expresa públicamente, tiene lugar una fiesta que alegra a los familiares y amigos quienes son testigos de esta alianza.

En las ciudades es muy común participar en bodas pero tiende a ser una reunión selectiva; en nuestros pueblos, es un acontecimiento que involucra a la mayoría de sus habitantes causando un momento de alegría esperada, incluso paraliza a la comunidad porque es la fiesta de todos. En el tiempo de Jesús las bodas duraban ocho días y era verdaderamente una fiesta para el pueblo; durante esos días cantaban, bailaban, platicaban, comían y bebían vino.

Pero se acabó el vino.

El vino para los pueblos del oriente antiguo representa la alegría. Evidentemente se consumían en las bodas. No se trataba de un pretexto para embriagarse sino que había una razón para estar felices; el vino alegra el corazón.

            El hecho de que se terminará el vino en la boda representaría una deshonra para las familias de los esposos. Pero ahí estaba la madre del Señor, para interceder y decirle a su hijo: “Ya no tienen vino”, es decir, se acabó la fiesta y con ello la alegría.

Nos dice el evangelista que Jesús inició el primer signo en esta boda. Los signos evocan a una realidad más profunda; en este sentido, debemos ver el signo del agua convertida en vino no como un milagro extraordinario sino lo que ello evoca: Dios quiere que la alegría de su pueblo continue, esto es, que la boda siga adelante e incluso que lo más simple como el agua sea signo de alegría.

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            El profeta Isaías en la primera lectura proclama el amor de Dios a su pueblo con una imagen nupcial: “porque el Señor se ha complacido en ti y se ha desposado con tu tierra […] como el esposo se alegra con la esposa, así se alegrará tu Dios contigo”. ¡Es verdad hermanos, Dios nos ama tanto como los esposos se aman entre sí! Él nos ama tanto que por amor no se callará y no se dará reposo “hasta que surja [en nosotros] esplendoroso el justo y brille su salvación como una antorcha”.

            Pero a veces nuestro amor no es suficiente y se enfría. Nuestras practicas religiosas se convierten vacías y pesadas como las seis tinajas de piedra en las bodas de Caná. Nos dice el evangelista que esas tinajas servían para la purificación de los judíos. Mientras la práctica religiosa para acercarse a Dios consistía en ritos de purificación, a veces pesadas y vacías, Jesús convierte el agua en vino para devolver la alegría de la fiesta y de nuestras practicas religiosas. Ya no se trata de nuestro esfuerzo para permanecer puros ante Dios sino de su gracia que se desborda como el vino, pues seis tinajas de vino eran demasiadas para la boda.

            Finalmente, el número seis significa imperfección. La antigua práctica no era suficiente sino que era necesaria una séptima tinaja: Jesús. Él es la vid verdadera y con su sangre sella la alianza nueva y eterna para el perdón de los pecados y nuestra salvación. Él es el mejor vino que el Padre ha guardado para el momento que Dios han querido, por eso podemos exclamar como el encargado de la fiesta: “Tú, en cambio, has guardado el vino mejor hasta ahora”.

            Hermanos y hermanos: y nosotros, ¿tenemos vino? ¿o en qué momentos de nuestra vida o cuántas veces nuestra fe se vive sin el vino de la alegría? La Madre del Señor nos dice también a nosotros como le dijo a los servidores: “Hagan lo que él les diga”.


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Porque Cristo Jesús ha introducido la alegría a nuestras vidas demostrando que la vida se vive en servicio responsable para los demás y ha purificado nuestra relación con Dios no por el mérito de nuestras prácticas sino por medio de su entrega; por lo tanto, es muy triste que en algunas de nuestras comunidades cristianas no haya alegría y amor. Si así es, es porque nos falta la séptima tinaja: Jesucristo.

            Así como los sirvientes supieron reconocer de dónde procedía el vino mientras que el mayordomo (representando a los lideres religiosos) no lo supo, pidamos a Dios su gracia para reconocer a su Hijo como la vida verdadera, la alegría de nuestras vidas, el novio de la boda, el esposo de la Iglesia (reflejo de las bodas de Dios con su Pueblo) y creamos como sus discípulos porque “así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él”. Que así sea.

 
 
 

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