Reciban el Espíritu Santo
- P. Manuel Hernández Rivera, MG

- 9 jun
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Actualizado: 9 jun
Domingo de Pentecostés
Ciclo C
Homilía 07 de Junio de 2025
Hch 2, 1-11; 1 Cor 12, 3-7.12-13; Jn 20, 19-23.

La celebración Eucarística es memorial, no es un simple recuerdo de la vida y mensaje de Jesús sino que es la actualización de la salvación de Dios, dicho de otro modo, en la misa no solo recordamos y narramos la historia de salvación, sino que vivimos y actualizamos la acción salvífica de Dios en nosotros.
Dicho lo anterior, hoy no solo recordamos Pentecostés, sino que actualizamos y experimentamos nuevamente el envío del Espíritu Santo a toda la creación y a la Iglesia. Ciertamente este envío ha ocurrido en cada uno de nosotros en el bautismo y lo vivimos todos los días en lo cotidiano, pero hoy lo enfatizamos como regalo de Dios a su Iglesia y a cada hombre que lo invoca con sincero corazón.
Nos dice el evangelista san Juan que al anochecer de la resurrección estaban los discípulos encerados por miedo a los judíos y en ese momento se presentó Jesús con el saludo de la paz. Ahí estaba presente la Iglesia pero encerrada y temerosa; era una Iglesia sin Jesús y, por lo tanto, sin esperanza.
Pero cuando se presenta Jesús resucitado les devuelve la alegría y la confianza; el dolor y el sufrimiento se convierten en gozo y paz. Del mismo modo, cuando el resucitado se hace presente en nuestras vidas, nos regala la paz porque nos introduce a la presencia de Dios desatando también nuevas alegrías por sentirnos cerca de ÉL. La paz y la alegría son mociones que nos aseguran sentirnos cerca de Dios.
Por lo tanto, si el Señor nos concede la paz hay más disposición para recibir su Espíritu. Por esta razón escribe el evangelista después del saludo: “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo” y más adelante añade: “sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo”.
Puntualicemos estos versículos. Los discípulos reciben una misión. Ellos han comprendido que Jesús los ha reunido y formado para dar testimonio de su resurrección. Así como Jesús ha sido enviado a dar testimonio del Padre y de su Reino, nosotros somos llamados a anunciar esta Buena Noticia a toda la creación.

Sin embargo, la primera creación ha sido lastimada por el pecado y asediada por la maldad de los hombres pero ha sido restaurada por la resurrección de Cristo, de modo que, Él inaugura la nueva creación, esto es, una vida nueva para todos en la vida de Dios.
Así como en el principio Dios sopló el aliento de la vida al hombre y a la mujer, del mismo modo, en la nueva creación, Jesús sopla sobre sus discípulos el Espíritu de Dios que da la nueva vida.
En este sentido, no solo vivimos gracias a la respiración cotidiana que se nos regaló en nuestro nacimiento sino que hemos recibido una vida plena en el bautismo (nuevo nacimiento). Ya no solo tenemos vida, sino que somos convocados a una vida en plenitud gracias al Espíritu Santo, Señor y dador de vida.
Pero ¿quién es este Espíritu de Dios que recibimos en nuestro bautismo e invocamos cada mañana? ¿Porqué le llamamos Señor y dador de vida?
La secuencia, este bello himno orado en la liturgia de este día, nos regala unas hermosas imágenes sobre el Espíritu Santo. Sin duda alguna hemos experimentado su presencia en alguna de ellas.
Él es luz, consuelo y paz; es un dulce huésped del alma; se siente como una pausa en el trabajo, una brisa en un clima de fuego y consuelo en medio del llanto. Cuando lo dejamos actuar en nosotros, ÉL lava nuestras inmundicias, fecunda nuestros desiertos y cura nuestras heridas. También el Espíritu Santo nos auxilia y ayuda en la lucha contra el enemigo pues doblega nuestra soberbia, calienta nuestra frialdad y endereza nuestras sendas. Pero sobre todo, nos concede los dones que necesitamos para vivir la vida en Dios.

Hermanas y hermanos, “Reciban el Espíritu Santo” que re-crea lo que parece perdido, renueva a toda la tierra y nos reconcilia con el Señor. Sin el Espíritu permanecemos encerrados en nuestros egoísmos y temores; sin su presencia la Iglesia pierde su vitalidad y fuerza. Por esta razón, renovemos y acojamos el regalo del Señor resucitado.
Así como los discípulos y María estaban reunidos en un solo lugar y se llenaron del Espíritu Santo, así también nosotros invoquemos al Espíritu consolador para que nos conceda la paz, encienda en nosotros el fuego de su amor y se manifieste en cada uno para el bien común. Que al experimentar Pentecostés, anunciemos esta Buena Noticia a toda la creación de manera accesible de modo que todos oigan hablar las maravillas de Dios en su propia lengua.
El Espíritu todo lo renueva, re-crea, santifica y vivifíca. Por eso decimos con fe:
Ven, Espíritu Creador, visita las almas de tus fieles llena con tu divina gracia, los corazones que creaste […]
Ilumina nuestros sentidos; infunde tu amor en nuestros corazones; y, con tu perpetuo auxilio, fortalece la debilidad de nuestro cuerpo […]
Aleja de nosotros al enemigo, danos pronto la paz, sé nuestro director y nuestro guía, para que evitemos todo mal […]
Por ti conozcamos al Padre, al Hijo revélanos también; Creamos en ti, su Espíritu, por los siglos de los siglos [Amén].





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