II Domingo de Cuaresma
- P. Manuel Hernández Rivera, MG

- 25 feb 2024
- 5 Min. de lectura
Ciclo B
Homilía 25 de febrero de 2024
Gén 22, 1-2. 9-13. 15-18; Sal 115; Rom 8, 31-34; Mc 9, 2-10.
"Este es mi hijo amado; escúchenlo"
Del desierto nos trasladamos a la montaña. El tiempo de cuaresma nos propone ahora -en el segundo domingo- acompañar a Jesús, Pedro, Santiago y Juan al monte donde se transfiguró el Señor; pero no es la única montaña a la que debemos ir, también la primera lectura nos invita a subir con Abraham e Isaac al monte de la región de Moria.
La cuaresma nos ofrece cambiar de escenario teológico, es decir, lugar de encuentro con Dios. Después de ir al desierto para aguardar un silencio interior en el que reflexionamos sobre nuestra humanidad y fragilidad, donde somos invitados a discernir entre todas las voces, la voz de Dios, y al ser tentados nos reconocemos necesitados de Él, ahora somos conducidos a experimentar un adelanto de la pascua y contemplar la gloria del Señor en la montaña.

Para los antiguos grupos humanos la montaña es un lugar de encuentro con la divinidad; solían subir para ofrecer culto y sacrificios a los dioses. Sin duda alguna, la montaña es un escenario bellísimo que pone en evidencia nuestra pequeñez. En algunos “campo misión” que he tenido durante mi vida misionera, al subir y vivir en las montañas, he admirado la creación de Dios de modo que me ha permitido conectarme con él y reflexionar sobre su poder creador y lo pequeño que soy ante ello. No he conocido persona alguna que haya podido crear semejante belleza.
De manera similar y en un sentido más profundo, los contemporáneos al padre Abraham subían a la montaña para encontrase con Dios porque era el lugar donde descendía o se manifestaba, incluso algunos creían que ahí moraba la divinidad (Hab 3, 3). Según el libro del Génesis, Dios le hace una petición fuerte e incomprensible a Abraham: “toma a tu hijo único, Isaac, a quien tanto amas; vete a la región de Moria y ofrécemelo en sacrificio, en el monte que yo te indicaré”.
Sin duda alguna este texto suscita algunas preguntas para nuestra fe, ¿Por qué Dios le pediría el sacrificio de su único hijo a Abraham? ¿A caso Dios es un “dios de pruebas difíciles” para saber cuánto lo amamos? ¿Este dios promueve el sacrificio humano? o ¿se trata de la imaginación de Abraham que, en su ambiente religioso, dios pedía sacrificios humanos? en otras palabras, ¿era la voz de Dios o la voz de la cultura de Abraham? Los teólogos hacen dos reflexiones sobre este texto: la prueba de la fe y el proceso de evolución de la conciencia religiosa de Abraham y con él, la del pueblo de Israel. Hoy quisiera reflexionar sobre la segunda.

Abraham sube a la montaña con la indicación de sacrificar a su hijo, pero en el momento de llegar “al sitio que Dios le había señalado” y teniendo todo listo para degollar a Isaac, el ángel llama desde el cielo a Abraham y le dice: “no descargues la mano contra tu hijo, ni le hagas daño, ya veo que temes a Dios, porque no le has negado a tu hijo único”. En ese momento, Abraham toma consciencia que el Dios que se le ha revelado y le ha prometido una numerosa descendencia, es el Dios de la vida y no de los sacrificios humanos; Él no es un Dios de muerte.
En este sentido, Abraham discernió y escuchó la verdadera voz de Dios a través de su ángel. Dios no le pidió a Abraham el sacrificio de su hijo sino la confianza que le haría descubrir que Él es el Dios de la vida.
Este Dios de la vida, también comparte un adelanto de la pascua de Jesús con los discípulos que subían al monte sin comprender por qué el maestro tenía que padecer y ser rechazado por las autoridades religiosas.
Seis días antes, Jesús había comunicado el primer anuncio de su pasión lo cuál creó incertidumbre y crisis ante sus discípulos; éstos no podían comprender el seguimiento de un maestro cuya vida terrena terminaría de ese modo. Sin embargo, en ese día, esto es, en el día séptimo después de tal anuncio, los invita a subir al monte. Este es ya un adelanto de la pascua, es decir, de la nueva creación y de la vida divina de Jesús; vida que pasa por la cruz.
Pero, ¿por qué Dios tiene que matar a su hijo para darnos la salvación? ¿se trata del mismo Dios que le pidió a Abraham el sacrificio de Isaac? ¿Por qué éste sería un dios tan cruel que entregaría a su hijo de ese modo? Estas y otras preguntas confrontan nuestra fe. Sin embargo, el mismo Dios nos invita a subir la montaña para encontramos con él y contemplar su gloria.
Jesús “se transfiguró en su presencia”; sus vestiduras se pusieron blancas con una blancura que nadie puede lograr sobre la tierra y conversaba con Elías y Moisés que representan la tradición profética y la Ley de la antigua Alianza. Es el mismo Jesús que verán padecer en la cruz. “Este hijo sí será sacrificado no porque el Padre lo quiera sino porque el mundo lo rechaza”. El pecado del mundo acabará con él; el odio y rencor, la injusticia y falta de amor lo harán cargar el peso de la cruz. Pero una vez más, Dios aceptará la fidelidad de su Hijo justo y lo glorificará con la vida eterna.
El Padre recibe como ofrenda agradable al Hijo que asumió el misterio del hombre hasta en lo más difícil del drama de la vida: el dolor, sufrimiento y la muerte. Jesús asume nuestra humanidad para compartirnos su divinidad, y con él no solo vencer las tentaciones sino también gustar de su gloria.
El evangelio dice que una nube los cubrió con su sombra y salió una voz que decía: “Este es mi hijo amado, escúchenlo”. En este II domingo de cuaresma subimos la montaña para contemplar a Jesús transfigurado y escucharle.
Él es el Hijo amado quien sube para orar y encontrarse con su Padre, se adentra en su presencia hasta reflejarlo en su nueva apariencia, conversa con las tradiciones más importantes de su pueblo y se deleita con la voz divina. Él es el hijo amado, a quien debemos escuchar y seguir en el camino de la vida; es quien nos invita a transfigurarnos como él -especialmente en este tiempo de cuaresma-. Si subimos con él, el Padre también nos dirá: eres mi hijo(a) amado(a), en ti me complazco.
Pero después hay que bajar de esa montaña y no tener miedo de iluminar la vida cotidiana a veces llena de dificultades; somos llamados a compartir la experiencia de una vida transfigurada que sabe escuchar al Hijo amado.
Hermanas y hermanos, seguimos caminando hacia la pascua. Durante este camino seguimos escuchamos las diferentes voces de la vida: estudiosos, analistas, comentaristas, expertos, coaching de vidas, diversas invitaciones y tentaciones, etc. Sin embargo, en medio de esto y con mayor fuerza, el Padre hoy nos dice: “Este es mi hijo amado, escúchalo”.






Comentarios