top of page
Buscar

III Domingo de Pascua

  • Foto del escritor: P. Manuel Hernández Rivera, MG
    P. Manuel Hernández Rivera, MG
  • 15 abr 2024
  • 3 Min. de lectura

 Ciclo B

Homilía 14 de abril de 2024

Hch 3, 13-15. 17-19; Sal 4; 1 Jn 2, 1-5; Lc 24, 35-48.


“Ustedes son testigos”


ree

Dar testimonio de la resurrección no es una tarea sencilla para los cristianos sobre todo cuando, en medio de una mentalidad científica, se nos piden pruebas de tal acontecimiento. ¿Cómo comprobamos la resurrección de Jesús después de 2000 años de tal suceso? ¿Dónde está el cuerpo glorioso de Jesús?

            Muchas preguntas siguen interpelando nuestra fe y aunque estamos llamados a dar razones de nuestra fe (1 Pe 3, 14), no lo hacemos de una manera científica o con datos precisos de la historia como la mentalidad moderna, sino a partir de nuestra experiencia de Dios.

            La experiencia de Dios en nuestras vidas es la clave para dar testimonio auténtico de nuestra fe. En efecto, esto no es algo meramente subjetivo e individualista, no para quienes creemos en el Dios de la unidad que nos ha salvado en su Hijo Jesucristo y nos invita a todos a ser su Pueblo; Dios es un Dios para todos. La fe cristiana es la fe que nace en una comunidad pero que requiere echar raíces en cada persona. Solo la persona que se dispone a acoger a Dios puede experimentarlo y al experimentarlo puede ser testigo.


ree

            En este sentido, hemos recibido la fe de los discípulos que han sido testigos de la resurrección, es decir, nuestra fe se cimienta sobre la fe de los apóstoles.

No obstante, los evangelistas no vacilan en compartir el miedo, la incredulidad y la falta de fe de los discípulos de Jesús, al igual que muchos también han experimentado la duda; sin embargo, éstas se disipan cuando se hace presente el resucitado: “¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona. Tóquenme y convénzanse”.

            En medio de la duda y el miedo que poco a poco que se convierte en alegría, Jesús se entrega a sí mismo una vez más, les pide algo de comer, los convoca a la mesa y les vuelve a explicar que lo acontecido era para que se cumplieran las Escrituras. Versículos antes de este pasaje, el Señor se había encontrado con los discípulos que iban de camino a Emaús, les explicó las escrituras y partió con ellos el pan de modo que lo pudieron reconocer con estos gestos particulares.

            Desde entonces, estos signos se convirtieron en el tesoro de la Iglesia hoy presentes en nuestras celebraciones Eucarísticas: la mesa de la palabra y la mesa eucarística son lugares donde nos podemos encontrar con el Señor resucitado, inclusive afirmamos que son presencia real de Jesucristo.

            La primera comunidad cristiana se encargó de perpetuar estos lugares de encuentro para que pudiéramos experimentar de modo seguro la presencia de Cristo Jesús. El Señor nos sigue diciendo a nosotros cada vez que nos reunimos en la mesa: “Soy yo en persona: tóquenme y convénzase” o, dicho de otro modo, escúchenme y aliméntense de mí.


ree

            El resucitado se hace presente en su Palabra y en la mesa de la Eucaristía. Desde él debemos interpretar las escrituras y confrontar nuestra vida cristiana. Su palabra, escuchada, acogida y meditada nos permite configurarnos cada vez más a él; la Eucaristía sacia nuestra hambre y sed de modo que dejemos de buscar comidas chatarra que no alimentan nuestro espíritu y abandonemos las cisternas agrietadas donde se nos escapa el agua verdadera.

            No obstante, también se hace presente cuando perpetuamos sus gestos y sus palabras; en el modo de amar a los demás hasta el extremo; al escuchar a las personas que necesitan sanar sus heridas o simplemente compartir las cargas de su vida; cuando somos agentes de misericordia o propiciamos la reconciliación en medio de la marcada división de nuestras sociedades; donde nos reunimos dos o tres e invocamos su nombre, ahí se hace presente el Señor.

            El resucitado está presente en medio de nuestras vidas cotidianas al grado que podemos percibir su paso; en la comunidad convocada por él en la mesa de la palabra y la eucaristía del que somos alimentados. Por tanto, cuando hemos podido experimentarlo, somos testigos vivientes de que el Señor sigue presente en su Iglesia y nos envía a ser sus testigos por el mundo.

            Pidamos al Señor su gracia y su Espíritu para que podamos seguir dando testimonio de su presencia entre nosotros.

 

 

 
 
 

1 comentario


mgmrs1993
14 abr 2024

Gracias por su reflexión

Me gusta
bottom of page