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“¿Qué discutimos por el camino?”

  • Foto del escritor: P. Manuel Hernández Rivera, MG
    P. Manuel Hernández Rivera, MG
  • 22 sept 2024
  • 4 Min. de lectura

XXV Domingo del Tiempo Ordinario

Ciclo B

Homilía 22 de septiembre de 2024

Sab 2, 12. 17-20; Sant 3, 16-4, 3; Mc 9, 30-37


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Hay discusiones en la vida que son importantes porque se toman decisiones que implica un bien mayor para un grupo de personas ya sea familiar o social; por ejemplo, una pareja que discute dónde deben estudiar sus hijos, cómo organizar los gastos básicos de alimentación, ropa y salud, incluso dónde es conveniente invertir los ahorros para hacer frente a la inflación. Sin duda buscan lo mejor para toda la familia. Esto puede suceder al nivel social, instituciones públicas o privadas que discuten los proyectos para que tengan un impacto favorable en la sociedad.

            También hay discusiones que se mueven en el plano del dominio, capricho o bienestar de uno o dos sujetos y que finalmente no ayudan al bien común; u otras discusiones superficiales que versan sobre comparaciones o compras de cosas innecesarias para nuestra vida o que se enfocan en la apariencia olvidando lo esencial de la misma.

            Discutir es “examinar atenta y particularmente un tema de interés”.  En este sentido conviene preguntarnos: ¿nosotros qué discutimos por el camino de nuestra vida? ¿Lo que dialogamos cotidianamente en esencial para nuestra vida o solo es superficial? en otras palabras, ¿qué nos interesa en esta vida?

            Esta es la pregunta que Jesús hace a sus discípulos después de anunciar por segunda vez su pasión: “¿qué discuten por el camino?”.

            San Marcos nos explica que Jesús iba enseñando en privado a sus discípulos, por esta razón no quería que nadie supiera que andaba atravesando la región de Galilea. Y mientras él explicaba que “El Hijo del hombre debía morir, pero al tercer día resucitaría”, los discípulos “había discutido quién de ellos era el más importante”. Mientras Jesús hablaba de lo esencial de su ministerio y lo difícil que es asumir el destino de su muerte, los discípulos discutían algo superficial para este proyecto: “quién es el primero entre ellos”.

            Seguramente esto también nos pasa; hay en nosotros diálogos superficiales en los cuales hoy podemos reflexionar. Tal vez nuestras discusiones versan sobre la apariencia, fama y éxito al grado que nos hacen preocuparnos, ensimismarnos y distraernos de las personas que necesitan nuestra ayuda. Olvidamos hacer algo por los demás.

            El domingo pasado Jesús insistía que tomar la cruz y seguirle implica renunciar así mismo con el fin de gastar la vida por los demás. Después de un adecuado crecimiento personal, el amor propio no debe quedarse estancado sino debe desbordarse para ayudar a los otros porque ese es el proyecto de Dios:  que todos tengamos vida en plenitud.


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       Pero Jesús al ver que los discípulos no entendían que el mesías entregaría la vida incluso pasando por la cruz, se sentó, llamó a los doce y les dijo: “si alguno quiere ser el primero, que sea el ultimo de todos y el servidor de todos”. A veces me gusta creer que les explicó con paciencia pero al mismo tiempo con determinación. De ese mismo modo debemos entenderlo.

            Si en nosotros hay discusiones superficiales de apariencias (accesorios, ropa, modas, redes sociales, etc); éxito (grados académicos, viajes, dinero) y poder (altos mandos, influencias, etc), ya sea porque en nosotros hay ciertos desordenes como dice el apóstol Santiago o porque el mundo nos incita a movernos en esos estándares, prestemos atención a la invitación del Señor ya que en el servicio encontraremos la profundidad de nuestra vida.

            El mayor ejemplo sobre esto es su misma vida. Cristo Jesús vino a servir y no a ser servido; sus discusiones y preocupación fue siempre hacer la voluntad del Padre y ser fiel hasta el final. Dios lo ha entregado para que en él tengamos salvación pero el destino que le esperaba fue decisión de los hombres. En este sentido, el pecado, es decir, el odio de quienes eran incomodados e interpelados por sus palabras acabó con él. Pero sin dejar de hacer la voluntad de Dios asumió su destino y le dio un sentido a su muerte, la salvación para todos. Asumió nuestros sufrimientos e incluso la muerte para que nosotros también confiemos en el Dios de la vida y la resurrección.

            Él siendo Dios es servidor y nos ha enseñado que servir a los demás es grato a sus ojos. Hoy nos invita a dejar las discusiones superficiales sobre quién es más importante para cultivar una relación de servicio con el prójimo.


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       Para que los discípulos comprendieran mejor esta invitación, nos dice el evangelista que puso en medio a un niño y lo abrazó. El niño era un personaje insignificante para el grupo social de aquella época, sin embargo, para Dios es tan valioso que a ellos hay que amar y servir, es decir, cuidar su crecimiento y desarrollo integral. Del mismo modo, somos enviados a los más insignificantes de nuestra sociedad para ayudarles en el crecimiento de sus dimensiones y tengan una vida digna.

            Sirvamos en nuestros hogares procurando el crecimiento de nuestra familia; en el trabajo procurando que éste sea digno y ayude al desarrollo de cada trabajador; sirvamos en la sociedad procurando la paz y la justicia. Finalmente sirvamos al Señor en el rostro de los menos favorecidos.

            Pidamos al Señor su gracia, para que las discusiones de nuestra vida sean menos egoístas y estén más enfocadas en las necesidades de nuestros hermanos. Que así sea.

 
 
 

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