Homilía X Domingo del Tiempo Ordinario
- Héctor Javier Tornel

- 9 jun 2024
- 3 Min. de lectura
Junio 9, 2024.
Ciclo B.

Primera Lectura: Génesis 3:9–15 Adán y Eva prueban del fruto prohibido.
Salmo 130:1–2,3–4,5–6,7–8 (7bc) Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.
Segunda Lectura: 2 Corinthians 4:13—5:1 El Señor nos ha preparado una morada eterna.
Evangelio: Mark 3:20–35 ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?
Está fuera de sí
Cuando reflexionamos sobre nuestra historia de vida, normalmente podemos encontrar una historia de fortalezas y debilidades. Recordamos nuestros logros importantes, pero también recordamos nuestros fracasos. Nos involucramos constantemente en una lucha entre el bien y el mal. Cada uno de nosotros enfrenta situaciones únicas en nuestras vidas; llevamos secretos, enfrentamos debilidades diarias y, a veces, luchamos por alcanzar el éxito. Suelen aparecer demonios que nos invitan a placeres o consuelos momentáneos y, cuando hemos consentido, corremos el riesgo de dejar que ese mal espíritu se instale y quedarnos en adicciones o malos hábitos.

La primera lectura es una historia interesante que nos recuerda nuestra condición como seres humanos. Hay una inclinación al mal cuando lo enfrentamos. El Papa Francisco dijo hace algunos años, en una de sus homilías, que con “el mal no debemos conversar porque siempre nos vence”. El Génesis enfatiza hoy en nuestra condición humana, mostrándola a través de Adán y Eva; la serpiente los engañó, y Cayeron en la tentación. Cuando Eva se dio cuenta de su culpa, Dios le preguntó: "¿Por qué hiciste tal cosa?" La mujer respondió: "La serpiente me engañó".
Vivimos en un mundo donde el mal se nos aparece con frecuencia en diferentes formas, puede ser a través de nuestra cultura, sociedad o incluso familia. En ocasiones, luchamos contra tendencias sociales que, de vez en cuando, pueden involucrarnos en diferentes actividades que nos hacen caer en la tentación. La lucha contracorriente es un desafío en nuestros días, pero también lo fue para Jesús, cuya familia dijo que “estaba fuera de sí”. Además, los escribas mencionaron que “estaba poseído por Beelzebul”.
En ese momento Jesús comenzaba su vida pública y compartía una nueva forma de vida. Los escribas lo acusaron de expulsar demonios “a través del príncipe de los demonios”. Jesús les señala lo absurdo de su forma de pensar: “¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás?” Jesús nos invita a cambiar nuestra vida; quiere expulsar nuestros demonios, nuestras adicciones y nuestra división interior. De hecho, es Jesús quien ata al hombre "fortudo", Beelzebul, y lo vence; de la misma manera el Cristo nos ayuda a superar la división interior, las adicciones y los malos hábitos, aunque vayamos a contracorriente.

Superar a Beelzebul, que se manifiesta en diferentes formas, no es fácil. Implica un buen discernimiento, profundizar en nosotros mismos y no dudar nunca del perdón de los pecados, porque de otro modo blasfemaríamos contra el Espíritu Santo. Por tanto, el Espíritu Santo es una fuente inagotable de gracia que nos ayuda a acercarnos a la verdadera vida y nos apoya en la batalla contra nuestros demonios y problemas. Esta batalla es muy complicada; sin embargo, San Pablo nos anima como comunidad a seguir trabajando por el reino. “Por tanto, no nos desanimamos; Más bien, aunque nuestro yo exterior se está consumiendo, nuestro yo interior se va renovando día a día”.
Hermanos y hermanas, vale la pena permanecer en el Espíritu Santo; él nos lleva a la mejor vida incluso cuando experimentamos dolor y complicaciones en este mundo. “Lo que se ve es transitorio, pero lo que no se ve es eterno”. Cuando entendemos eso, nuestra vida se vuelve más ligera y sencilla, el Espíritu nos trata bien y comenzamos a llamar familia a los demás porque, a través del Espíritu, podemos amar a los demás. Ésa era la lógica de Jesús: "Aquí están mi madre y mis hermanos. Porque quien hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre".
Vayamos con ayuda del Espíritu Santo al encuentro del otro, teniendo una vida de gracia solo alcanzada a través de este espíritu. Debemos recordar que buscamos la vida eterna; Pablo hoy nos da un buen recordatorio: “Sabemos que si nuestra morada terrenal, una tienda de campaña, fuera destruida, tenemos de Dios un edificio, una morada no hecha de manos, eterna en el cielo”.






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