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"Tú Padre que ve lo secreto de recompensará"

  • Foto del escritor: Manuel Hernández Rivera
    Manuel Hernández Rivera
  • 6 mar
  • 3 Min. de lectura

 Miércoles de Ceniza

Ciclo C

Homilía 05 de marzo de 2025

Joel 2, 12-18; 2 Cor 5, 20-6, 2; Mt 6, 1-6.18-18



Durante la cuaresma yo también hacía mi lista de propósitos, especialmente de aquellos malos hábitos o dinámicas de pecado que necesitaba cambiar. El problema era enfatizar esos vicios o malos hábitos y no en lo esencial de la conversión: el encuentro personal con Dios.

            La cuaresma no es un tiempo para hacer una lista de propósitos sino un tiempo para el encuentro. Por esta razón la Iglesia nos ofrece este tiempo litúrgico como un tiempo de conversión, esto es, orientar toda nuestra vida hacia Dios; si nos orientamos hacia Él, es seguro un encuentro y, si hay un encuentro, sabremos que nos ama incondicionalmente surgiendo en nosotros un deseo de responder a ese amor.

            Nos dice el profeta Joel en la primera lectura de este miércoles de ceniza: “Todavía es tiempo. Conviértanse a mí de todo corazón, con ayunos, con lágrimas y llanto; enluten su corazón y no sus vestidos”.

            No es que Dios quiera vernos tristes y nos exija lágrimas y llantos, sino que una conversión sincera nos hace caer en la cuenta de que “en el abrazo incondicional de su amor yo reconozco mi desamor, mi falta de amor. Por eso el corazón se enluta pero a la vez se alegra, porque el Señor nos da tiempo para volver a Él; cada mañana es una oportunidad para enamorarnos de Él.

            Este Dios amoroso no quiere que nadie se pierda y le urge que todos sepamos que nos está esperando; por eso dice el profeta en líneas más adelantes: “toquen la trompeta en Sión, promulguen un ayuno, convoquen la asamblea, reúnan al pueblo, santifiquen la reunión”.

            Del mismo modo, la Iglesia nos convoca este miércoles para iniciar la Sagrada Cuaresma con el signo de la ceniza y ofrecernos algunos medios de Penitencia cuya finalidad no es más que el encuentro profundo y sincero con Dios, contigo mismo y con los demás.


            La ceniza es signo de nuestra fragilidad y necesidad de Dios; el encuentro al que somos invitado es con el Creador, quien ha insuflado el espíritu de vida sobre nuestro barro frágil: “recuerda que eres polvo y al polvo has de volver”.

            Pero también es Padre, el Padre de Jesús, a quien “Dios lo hizo pecado” para que en él recibiéramos la Salvación. Somos reconciliados por el Hijo que no cometió pecado pero fue tratado como pecador para expresar en su misterio pascual la máxima expresión de amor. Por esta razón, la cuaresma no es un fin en si mismo, sino un camino hacia la Pascua.

            Por consiguiente, este Padre desea un encuentro profundo, íntimo y sincero. Por eso el Señor Jesús va a insistir en el evangelio el cuidado de no practicar las obras de piedad para que seamos vistos por los hombres sino más bien vivirlas desde lo íntimo, es decir, en secreto, porque “tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará”.

            Estas obras de piedad o medios de penitencia que leemos en el evangelio y nos recuerda la Iglesia son: oración, ayuno y caridad. La oración nos abre al encuentro con Dios; el ayuno nos invita a reconocer nuestros apegos para caminar en mayor libertad y la caridad nos relaciona con los demás.

            Sin embargo, en la actualidad estos medios se ven como pasados de moda; se piensa que hay que ayunar no solo de comida sino de otras cosas, desafortunadamente no se intensifica en la oración sino que se vive como de costumbre y se ha perdido el sentido de caridad porque nos hemos convertido en una sociedad individualista.

            Pero en realidad, la sociedad solo le ha quitado el sentido religioso porque la misma practica se conserva en los ayunos intermitentes, en la meditación y en el voluntarismo. Al final estamos en la búsqueda de algo más profundo.



            Hermanas y hermanos, como hombres y mujeres de fe atrevámonos a vivir una Cuaresma de encuentro con la vivencia de estos medios de penitencia. Que la esperanza se haga presente en nuestro camino cuaresmal para encontramos con el Dios vivo y verdadero en el misterio Pascual de Nuestro Señor Jesucristo. Que nuestro camino hacia la resurrección tenga el sabor  y el deseo de la oración del salmista “crea en mí, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos”. Que así sea.                      

 



 
 
 

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