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"Tú tienes palabras de vida eterna"

  • Foto del escritor: P. Manuel Hernández Rivera, MG
    P. Manuel Hernández Rivera, MG
  • 25 ago 2024
  • 4 Min. de lectura

XXI Domingo del Tiempo Ordinario

Ciclo B

Homilía 25 de agosto de 2024

Jos 24, 1-2.15-17.18; Ef 5, 21-32; Jn 5, 55. 60-69

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Cuando tenemos hambre buscamos comida; en medio de la enfermedad hacemos lo posible para recobrar la salud; en momentos de soledades oscuras buscamos compañía, ante disturbios mentales pedimos apoyo profesional; en la desesperación económica buscamos ayuda y cuando no tenemos trabajo inmediatamente buscamos uno.

            Pero ¿a dónde vamos cuando tenemos todo lo básico para vivir y a nuestra vida le sigue faltando algo o cuando se ha perdido el sentido y deseamos una felicidad más duradera? ¿hacia quién nos dirigimos cuando la vida se ha tornado difícil y necesitamos ayuda o reconocemos que nuestro esfuerzo humano ha sido sobrepasado? ¿a quien vamos cuando necesitamos palabras de aliento que sostenga o aliente toda la vida en sus diferentes facetas?

            El evangelio de este domingo XXI del tiempo ordinario nos da una pista a estas interrogantes en la profesión de fe de Pedro, que a su vez es la profesión de fe de toda la Iglesia: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.

            Pedro es bienaventurado porque en la travesía de su vida ha dejado que el Padre le permitiera ir hacia Jesús y lo ha reconocido como “el Santo”, es decir, “el enviado de Dios”. Además, las palabras de Jesús son distintas, profundas y capaces de suscitar vida en él y en cada persona a la que el Señor sale a su encuentro; esas palabras suscitan una vida con sabor a eternidad.

            Sin embargo, no todos han creído y no lo han reconocido como el Hijo de Dios. Versículos anteriores, Jesús ha dicho: “Yo soy el pan de la vida”, esto significa que es el alimento capaz de saciar los anhelos y deseos más profundos del hombre; aun más, siendo Dios quiere darnos de comer su carne y su sangre; darse el mismo.

            Para los judíos era incomprensible que aquel hombre fuera alimento que da la vida eterna y por esta razón murmuraban entre sí; hoy en día también hay sectores de nuestra sociedad que murmura o le es inconcebible la presencial real de Jesucristo en la eucaristía e incomprensible que Dios se haga presente en medio de su Iglesia para ser alimento de salvación cada día.

            Según el evangelista Juan no solo los judíos dudaban, sino que también muchos de sus discípulos dijeron: “este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?”. No todos estaban dispuestos a creerle; tal vez no habían escuchado con atención cada una de sus palabras o no se habían dado la oportunidad para interiorizarlas.

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            No obstante, Jesús insiste en líneas más adelantes, “las palabras que les he dicho son espíritu y vida”; son un camino seguro para la comunión con Dios, la verdad que desenmascara nuestras mentiras y las necesarias para tener una vida con sentido y plenitud.

            Solo un pequeño grupo le ha creído y se ha decido por Jesús. Los discípulos más cercanos quienes no teniendo todas las certezas se han dado la oportunidad de creerle porque en sus palabras han encontrado fe, consuelo, salvación y esperanza. Seguramente se han decidido porque su fe se apoya de una experiencia y un encuentro fundamental suficiente para responder la dura pregunta del maestro: “¿también ustedes quieren dejarme?”.

            Hoy en día, decidirse por Jesucristo y su proyecto del Reino de Dios no es una tarea sencilla, más cuando vivimos en una sociedad que propone una cultura deshumanizante y valores contrarios al evangelio. Reaparecen los viejos ídolos del dinero, poder, placer y fama en nuevas formas ofreciéndonos vidas superficiales que restan libertad y al final de toda experiencia vuelven a dejarnos vacíos.

            Creer en las palabras de Dios y decidirse por él ha sido también un tema del antiguo testamento. En la primera lectura, tomada del libro de Josué, el pueblo de Israel es convocado por Josué para decidir a cuál dios quieren servir, si al Señor o a los dioses. Josué y su familia tienen claro que servirán a Yahvé Dios; el pueblo también pues su respuesta es agradecida y contundente: “lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses, porque el Señor es nuestro Dios; él fue quien nos sacó de la esclavitud de Egipto”. El pueblo peregrinante por el desierto ha reconocido la acción salvadora de Dios y con un corazón agradecido responde a su amor.

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            Del mismo modo, Pedro, con el corazón ensanchado por lo que ha visto en Jesús, no ha encontrado fuera de él otra respuesta convincente para las preguntas de su vida. En el camino de amistad con el Señor, poniendo toda su confianza en él y desde el amor han brotado esas palabras llenas de fe: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.

Pidamos al Señor la gracia de tomar la decisión de seguirle cada día, tener un encuentro asiduo y profundo con él, creer en sus palabras llenas de vida y agradecer por alimentarnos con su propio cuerpo y su sangre. Si aún resulta escandaloso e increíble este misterio de Dios para con nosotros, oremos las palabras del salmista: “haz la prueba y verás que bueno es el Señor” para que más adelante digamos con fe firme: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.

 
 
 

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