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V Domingo de Cuaresma

  • Foto del escritor: P. Manuel Hernández Rivera, MG
    P. Manuel Hernández Rivera, MG
  • 18 mar 2024
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 18 mar 2024

Ciclo B

Homilía 17 de marzo de 2024

Jr 31, 31-34; Sal 50; Heb 5, 7-9; Jn 12, 20-33.


“Ha llegado la hora”


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Seguimos caminando hacia la pascua durante este desierto cuaresmal y el domingo pasado profundizamos el para qué de este camino: acoger el amor desbordante de Dios para con sus hijos cuya expresión recogió el evangelista san Juan, “tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, (Jn 3, 16). Dios nos ha entregado al Hijo para que en él tengamos vida en su nombre.

            El evangelista san Juan sitúa a Jesús en Jerusalén listo para celebrar la pascua; después de la resurrección de Lázaro su fama se abría extendido hacía más personas y la tensión con las autoridades religiosas habrían llegado a su máxima expresión: darle muerte. Jesús relee este momento de su vida con dos frases hoy escuchadas en el evangelio: “ha llegado la hora” y “si el grano de trigo muere dará mucho fruto”.

            Situándonos nuevamente en el inicio de este pasaje bíblico, notamos que algunos griegos quieren ver a Jesús; seguramente han escuchado sobre sus milagros o enseñanzas y quieren profundizar o conocer más al maestro. Ellos representan a los que creen sin haber visto y a todo el mundo que ha ido tras Jesús; el contraste de esta actitud son los judíos que no quieren ver ni creer sino simplemente darle muerte.

            Los griegos fueron con Felipe y éste, junto con Andrés, le dijeron a Jesús que le quieren ver. La expresión de los griegos: “queremos ver a Jesús” es también la de todos los cristianos que buscamos al Señor en nuestra vida cotidiana, en medio de las alegrías y las penas; de los buenos y malos momentos. Pero los que nos identificamos con esta expresión también debemos profundizar el para qué buscamos a Jesús y con esta pregunta vivir intensamente la semana santa que se aproxima.

Por consiguiente, Jesús responde de una manera aparentemente distinta: “ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado”. ¿Qué pensaron los discípulos al escuchar tal afirmación? ¿ya es la hora porque más personas se sumarán al movimiento? ¿es el momento de levantarse en armas contra Roma? ¿Jesús tomará Israel y reinará como mesías davídico? o ¿a qué hora se refiere Jesús?

Tal afirmación pudo haber causado expectativas distintas para quienes lo oyeron incluso para nosotros; no obstante, el Señor agrega una parábola sobre un grano de trigo afirmando: “Yo les aseguro que si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo, pero si muere, producirá mucho fruto”; ¿acaso Jesús ha entendido su vida como la de un grano de trigo? Sin duda alguna, y también la nuestra.


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El grano de trigo está destinado a dar mucho fruto; debe pasar por un proceso de transformación que implica ser enterrado y germinar, en otras palabras, de semilla pasa a ser planta. Pero si el grano no es enterrado se queda como un grano más. Así como la semilla debe morir para que de fruto, así Jesús entrega su vida para dar fruto abundante.

En ocasiones hemos experimentado o hemos visto estas dos formas de vivir en nuestra sociedad. Aquellas personas que se entregan con pasión a su profesión o servicio, a su relación de pareja o su ser padre y madre, y dan siempre más de lo que les corresponde; viven con intensidad su vida y se entregan a los otros. Sin darse cuenta, salen de sí mismo y dan fruto; se reafirman y descubren que la vida se vive mejor compartida con los demás. Por otra parte, vemos o tal vez hemos vivido alguna etapa, ensimismados, centrados en nuestro interés, sin ganas de servir, cayendo en la mediocridad y, por lo tanto, en la soledad por no saber entregarnos, relacionarnos y amar a los demás.

El grano que da fruto es enterrado y pasa por un momento oscuro, pero da fruto; la vida que se entrega también pasa por dificultades y sacrificios, pero la recompensa es mayor. Lo que diferencia a uno de otro es el amor que nos permite salir de sí mismo.

De ahí que Jesús añade: “el que se ama sí mismo, se pierde” porque cae en un narcicismo olvidando el fin para el que ha sido creado, amar. Sin embargo, “el que se aborrece así mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna”, lo cual no quiere decir odiarse sino dar un paso más allá del amor propio, esto es, amar a los demás.

“Ha llegado la hora” porque Jesús va a entregarse hasta el final asumiendo las consecuencias de esa entrega. Nos dice el evangelista que tiene miedo porque hay tensión en Jerusalén y desprecio hacia su persona por hacer el bien; algunos no le creen como el enviado de Dios. Pero siendo fiel a Dios que le pide todo, aún teniendo miedo, decide hacer su voluntad: “para esta hora he venido”.

Jesús ama tanto al Padre que quiere glorificarlo con su vida, le entrega todo a pesar de que una muerte inminente esté próxima. Pero en esa muerte, encuentra la confianza en Dios que no lo abandona, sino que le responde: “lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.

Hermanas y hermanos, la gloria de Jesús es la entrega y el amor hasta el extremo manifestado en el servicio, en sus milagros y el modo en el que acoge a los pecadores, pero sobre todo hecho patente en la cruz, signo de una entrega que da fruto: la vida eterna.

Jesús asume el misterio de la muerte del hombre para darnos la nueva vida; Jesús asume el dolor en los que mueren injustamente para mostrar la esperanza en el que Dios tiene la última palabra; Jesús da sentido a los que sufren por casusa del Reino y les devuelve la confianza de que Dios no los ha abandonado. Jesús se entrega como signo del amor del Padre que nos invita a entregarnos para tener una vida en plenitud.


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También ha llegado la hora para nosotros, se trata del momento de entregarnos también al servicio de los demás; renunciar y morir en las dinámicas de pecado que nos encierran en el egoísmo y la indiferencia para transformar y tener una vida nueva que sabe renunciar así mismo y se entrega a los demás; es la hora de una vida capaz de amar.

En esta última semana de cuaresma, salgamos de sí mismos y entreguémonos en medio de nuestra vida cotidiana incluso en las dificultades y las tensiones. Y cuando Jesús sea levantado en la cruz y seamos atraídos hacía él, descubramos que la hora de Jesús, es decir, su glorificación es entregar la vida por todos.

 

 
 
 

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