VI Domingo de Pascua
- P. Manuel Hernández Rivera, MG

- 5 may 2024
- 4 Min. de lectura
Ciclo B
Homilía 05 de mayo de 2024
Hch 10, 25-26.34-35.44-48; 1 Jn 4, 7-10; Jn 15, 9-17
“Permanezcan en mi amor”
Una de mis nuevas amigas me platicaba que su hijo se encontraba enfermo y necesitaba pasar tiempo con él porque sin duda alguna, su hijo pequeño la necesitaba. Ella notaba cómo su presencia ayudaba sustancialmente a afrontar la enfermedad. En uno de esos momentos, posteó en las redes el amor incondicional a su hijo al cual reaccioné y me permití compartir lo que sus palabras dejaron en mí: seguramente así es el amor de Dios.
Así también ha sido mi experiencia de amor; he tenido unos padres que me han demostrado su amor incondicional y desde ahí he experimentado el amor de Dios, es decir, Dios que ama, perdona, desea la felicidad y regala la salvación de sus hijos.

Sin embargo, a veces me limito a compartir tal experiencia, porque también he conocido a amigos que no han tenido buenas relaciones con sus padres y me hace pensar que tal vez sea difícil encontrar el amor auténtico de Dios en la relación de sus padres. Pero me consuela saber que Dios tiene sus caminos para salir a su encuentro, esto es, diferentes medios, personas o circunstancias que les permiten sentir su presencia. No obstante, el camino seguro es el encuentro con su Hijo Jesucristo. A partir de ahí he comprendido la importancia de anunciar y testimoniar tal regalo para la humanidad: Cristo Jesús.
En el evangelio de este domingo nos encontramos con el mensaje fundamental de nuestra fe: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor”. No son palabras más o palabras menos, sino que es el mensaje central de la salvación, aún más, es la razón por la que Cristo Jesús asumió nuestra humanidad: su amor. En este sentido, el Señor nos invita a permanecer en ese amor revelado y encarnado.
Del amor se ha escrito mucho y se han relatado historias sobre esta experiencia trascendente del hombre. Desde el amor propio hasta el amor divino pasando por el amor filial, fraternal, conyugal, etc.; pero el amor que nos anuncia el Nuevo Testamento es un amor que sobrepasa nuestras limitaciones humanas, cura y abraza nuestras fragilidades, busca el bien y la salvación de la persona.
Las ciencias de la salud nos invitan al amor propio, pero aún con la autoestima alta ¿hemos experimentado en algún momento de nuestra vida que alguien nos ama incondicionalmente más que nosotros mismos? O en medio de la fragilidad y la desolación ¿hemos descubierto que alguien soporta y comprende nuestros errores e incluso espera con paciencia a que retomemos caminos que nos dan vida? Yo sí y he descubierto que es Dios e incluso lo he experimentado en personas que me hacen remontar y sentir que se trata de él.
De hecho, de eso dan testimonio los evangelios. Después de la resurrección, Jesús sigue amando a los suyos, incluso después que Pedro le negara, Tomás dudara, las autoridades religiosas prepararan su condena, etc. El mensaje del amor seguía siendo patente para todos. Para todos hay una revelación de amor y una invitación: permanecer.

En primer lugar, para permanecer en el amor de Dios se requiere acogerlo. San Juan, en la segunda lectura, nos recuerda en qué consiste en el amor: “no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero y nos envío a su Hijo”. Estas bellas palabras nos recuerdan que Dios amó primero y nos entregó a Cristo Jesús como su mayor regalo y expresión de amor; para que en él tengamos una vida en plenitud.
En segundo lugar, para permanecer en el amor de Jesús es necesario cumplir sus mandamientos que no es más que vivir como él, es decir, fuera de sí mismo, con menos egoísmo y más amor, entrega, servicio y compasión. Si hacemos esto “nuestra alegría será plena”. Pero frente a una cultura que fomenta el egoísmo, la indiferencia y la violencia, no parecen atractivos cumplir los mandamientos de Jesús. Se trata de un desafío contracultural.
Finalmente, el Señor deja su mandamiento en una solo afirmación: “que se amen los unos a los otros como yo los he amado”; aquí está la clave de nuestra vida cristiana. El amor es lo que nos impulsa a la entrega y a hacer el bien a los demás. El amor es lo que sana y enriquece nuestras vidas. No cualquier amor sino el amor que viene de Dios.
No podemos callar esta experiencia sino hay que anunciarla. Él nos ha elegido para “anunciar en las calles que el amor está vivo”, aliviar el sufrimiento, generar espacios de Reino, testimoniar una y otra vez su presencia entre nosotros, denunciar las falsas imágenes de Dios que nos impiden experimentar su amor y en esto, ya estamos dando fruto abundante, no uno pasajero sino un fruto que permanezca.
Líneas antes de este pasaje evangélico, Jesús ha afirmado que él es la vid y nosotros los sarmientos, es decir, él es la persona esencial de nuestras vidas, centro y fuente de nuestra vida cristiana: “sin él nada podemos” porque él es la vida. Si él es lo esencial y hemos experimentado su amor, podemos amar porque hemos conocido a Dios y “Dios es amor” (cfr. 1 Jn 4, 8).

Atrevámonos a permanecer, cumplir sus mandamientos y a dar la vida por mis amigos. Para ello hay que reconocerlo, acogerlo y testimoniarlo. Anclemos los momentos fundantes en que lo hemos experimentado para que, cuando pase la prueba, no lo olvidemos, sino que volvamos a esos momentos. Pidamos al Señor su gracia y su fuerza para caminar en nuestra vida. Permanezcamos en su amor. Que así sea.





Comentarios