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XII Domingo del Tiempo Ordinario

  • Foto del escritor: P. Manuel Hernández Rivera, MG
    P. Manuel Hernández Rivera, MG
  • 23 jun 2024
  • 4 Min. de lectura

Ciclo B

Homilía 22 de junio de 2024

Job 38, 1. 8-11; 2 Cor 5, 14-17; Mc 4, 35-41


“¿Aún no tienen fe?”

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Se acercan las vacaciones de verano y algunas familias se preparan para ir a la playa y disfrutar del mar. Sin duda alguna, el mar es inmenso a simple vista. Cuando lo contemplamos con los ojos del corazón no solo admiramos sus colores, inmensidad y fuerza sino a su Creador. ¿Quién puede crear semejante escenario? Solo alguien mayor a su misma creación.

            También es de admirar a las personas que viven alrededor o trabajan en el ambiente marítimo. Ellos aprenden a hacer una lectura sobre el mar, se desenvuelven en él y se preparan para las adversidades a las que pueden enfrentarse porque saben reconocer sus propias limitaciones y la fuerza del mar.

            En el imaginario bíblico el mar es signo de caos, misterio e incluso del mal. Ahí está lo desconocido y en él confluyen las fuerzas del mal espíritu representadas por las tormentas y vientos huracanados. En este contexto, se sitúa el evangelio de este domingo XII del tiempo ordinario.

            San Marcos nos cuenta que Jesús toma la iniciativa de ir a la otra orilla del mar o lago de Galilea. Cruzar el lago tiene dos implicaciones: cruzar el lugar desconocido, caótico y misterioso y llegar a tierra de paganos, personas no judías con la que no es grato relacionarse. Tal invitación debió ser retadora para los discípulos de Jesús.

            Por lo tanto, la misión de Jesús comienza a extenderse y la predicación del Reino de Dios también debe ser buena noticia para los paganos.

          Sin embargo, comienza lo temido, las fuertes olas y la tempestad se hacen presentes. Debió ser muy fuerte al grado que, los discípulos pescadores, expertos en estos momentos de turbulencia, también se encontraban angustiados. Pero Jesús no lo estaba, él dormía tranquilamente en la popa, es decir, la parte trasera de la barca cuya área sería la primera que se hundiría en caso de una catástrofe.

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         Esto puede ser análogo con lo que nos sucede ¿cuántas tormentas han pasado por nuestra vida? ¿Cuántas situaciones de turbulencias o fuertes golpes hemos enfrentado en nuestra barca familiar o en la Iglesia? Y en cuántas de esas situaciones parece que el Señor está durmiendo o callado. Por eso, el clamor de los discípulos, “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? parece ser también el nuestro.

            Pero tal vez nuestra mirada se encuentra en la tormenta y no en el Señor. Los discípulos que han sido llamados a seguir a su maestro no le imitan, sino que desesperan por lo que acontece; aún no creen y no confían.

El Señor se despierta, reprende al viento y calla al mar; muestra su fuerza y la calma vuelve. Esto también lo hemos experimentado, sabemos que los problemas no son para siempre que las tempestades no son eternas, que el sol sale muy a menudo. En este sentido, el Señor nos reprocha como a los discípulos, “¿por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?

Ante esas preguntas podemos responderle: Señor, a veces creemos, pero a veces vacilamos; a veces te seguimos pero cuando vienen las dificultades, nos paralizamos, cansamos y desesperamos; a veces te tentamos pidiéndote milagros y signos pero no hay mayor signo que tu presencia entre nosotros; tú has vencido al mundo y en ti nuestra vida tiene plenitud. Por eso te pedimos, Señor, que aumentes nuestra fe.

Por eso, cuando la vida sea difícil debemos asegurarnos de que nuestra fe prevalezca sobre nuestros miedos. En esta ocasión, los discípulos permitieron que sus miedos triunfaran, pero el Señor nos invita a tener fe en él.

Según el evangelista Marcos, Jesús exorciza el mar como lo hace con los endemoniados: “¡cállate, enmudece!”, es decir, muestra su autoridad con poder divino. El mar es su creatura, ya no es el lugar del mal y del caos. Nadie puede controlar el mar solo su creador, por eso “todos se quedaron espantados y se decían unos a otros: ¿quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”. Lo que acontece ahí es algo que viene de lo alto, algo que solo Dios puede hacer.

Seguramente los discípulos habían escuchado sobre Job, el personaje de la primera lectura, quien le exigía a Dios una respuesta ante su sufrimiento. Dios no respondió con detalle sino se presentó como el Dios creador y dueño de todo. Utilizando la analogía de la tormenta, Dios le responde a Job: “Yo le puse límites al mar”. 

Tanto Job como los discípulos reconocieron a Dios como Señor y dueño de todo, mayor a las tormentas, problemas y sufrimientos. Es el Dios que no calla, sino que se hace presente como dice la aclamación antes del evangelio: “Dios ha visitado a su pueblo”; se ha hecho carne en Jesús.


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En este domingo, resuena entre nosotros la pregunta del Señor, “¿aún no tienen fe?”. Pidámosle al Señor la gracia de seguirle y amarle más para reconocer su presencia entre nosotros y sabernos amados, sostenidos y protegidos por él aún en el escenario más difícil de la vida; estoy seguro de que se hace presente en medio de nosotros. Pidamos que al contemplar su fuerza no solo digamos como los discípulos: “¿quién es este?” sino confesemos nuestra fe: “Tú eres, Jesucristo, el hijo de Dios, nuestro Señor y salvador. Que así sea.

 

 

 

 
 
 

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