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XXXI domingo del Tiempo Ordinario

  • Foto del escritor: Michelle Orellana, SSpS.
    Michelle Orellana, SSpS.
  • 2 nov 2024
  • 5 Min. de lectura

Noviembre 3

Ciclo B


"Con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas"


Las lecturas de hoy se centran en el amor como el núcleo de nuestra fe. En Deuteronomio, Moisés llama a Israel al Shema: a reconocer la unidad de Dios y amarlo plenamente con el corazón, el alma y las fuerzas. El Salmo hace eco de esta confianza, invitándonos a ver a Dios como nuestro refugio, incluso en los momentos difíciles. La carta a los Hebreos nos asegura el sacerdocio eterno de Jesús, quien se ofreció a sí mismo una vez y para siempre, intercediendo por nosotros. Finalmente, en el Evangelio, Jesús une estos temas, enseñando que el amor a Dios y al prójimo son los mandamientos más grandes. La fe verdadera se vive a través de este amor pleno y activo.


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En la primera lectura del libro de Deuteronomio (Dt 6,2-6), Moisés proclama la oración fundamental: “Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo” (שְׁמַע יִשְׂרָאֵל יְהוָה אֱלֹהֵינוּ יְהוָה אֶחָד, Shema Yisrael Adonai Eloheinu Adonai Ejad). Esta declaración, conocida como el Shema, está en el corazón de la fe judía, llamando al pueblo no solo a reconocer la unicidad de Dios, sino también a responder a esta verdad amándolo plenamente —“con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”.

 

El Shema resalta dos aspectos clave de la fe: escuchar y amar. Primero, escuchar (shema) en este contexto significa escuchar con intención y apertura, no solo oír sonidos, sino dejar que las palabras de Dios transformen nuestro corazón y guíen nuestra vida. Segundo, el llamado a amar a Dios sigue de manera natural; cuando escuchamos verdaderamente a Dios, nos acercamos a una relación que nos transforma y nos lleva a un amor genuino y activo. Así, escuchar y amar van de la mano. Amar a Dios plenamente es escuchar profundamente Sus palabras y enseñanzas; y escuchar atentamente es cultivar nuestro amor por Él, permitiendo que impregne cada parte de nuestro ser: corazón, alma y fuerzas. Las palabras de Moisés nos recuerdan que la fe no es solo una creencia intelectual, sino una devoción total que afecta toda nuestra vida, inspirándonos a vivir este amor en nuestras acciones y decisiones.

 

El Salmo Responsorial (Sal 18,2-3, 3-4, 47, 51) nos recuerda que, cuando la vida es estable y predecible, puede ser fácil decir: “Señor, tú eres mi roca de refugio, mi fortaleza, mi libertador”. Pero cuando enfrentamos desafíos que sacuden nuestros cimientos, decir estas palabras y realmente creer en ellas puede ser una lucha. En esos momentos, nuestros corazones pueden inclinarse hacia la preocupación, la ansiedad o incluso la duda. Nos preguntamos: “¿Está Dios realmente conmigo en esto? ¿Será Él mi fortaleza?”

 

Sin embargo, el autor del salmo nos da una visión más profunda. A pesar de enfrentarse a batallas y peligros, clama: “Yo te amo, Señor, mi fuerza”. Sus palabras nos recuerdan que la fe no está arraigada en nuestras circunstancias, sino en la naturaleza inmutable de Dios. El amor del salmista por Dios va más allá de sus luchas, mostrándonos que la verdadera fe significa aferrarse a Dios incluso cuando no comprendemos completamente Su plan


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Cuando nos centramos en Dios como nuestra roca y fortaleza, nuestra perspectiva cambia. En lugar de enfocarnos en la magnitud de nuestros problemas, dirigimos nuestra mirada hacia Aquel que es más grande que todos ellos. Esto no significa que las luchas desaparezcan, sino que ganamos paz y fortaleza, sabiendo que Dios está activamente con nosotros. La fe, entonces, se convierte en nuestro ancla, permitiéndonos decir: “Señor, tú eres mi refugio y fortaleza” con confianza, incluso en medio de la incertidumbre. En esto, recordamos que nuestra confianza no está en la ausencia de dificultades, sino en la fiel presencia de Dios a través de todas ellas.

 

En la segunda lectura (Hebreos 7,23-28), el autor contrasta el sacerdocio temporal de los levitas con el sacerdocio eterno de Jesús. A diferencia de los levitas, que ofrecían sacrificios diariamente —incluso por sus propios pecados—, Jesús, santo y sin pecado, se ofreció a sí mismo una vez y para siempre. Su sacrificio no necesita repetirse; permanece suficiente para siempre. Como nuestro sumo sacerdote eterno, intercede por nosotros, acercándonos continuamente a Dios. A través de Jesús, siempre podemos acercarnos a Dios, seguros de su amor y salvación inmutables.

 

En el Evangelio del domingo (Mc 12,28b-34), Jesús afirma y profundiza los mandamientos dados a través de Moisés en Deuteronomio (6,2-6). Tres puntos clave surgen de esta enseñanza:

 

1. Los Mandamientos y la Unidad de Dios: Cuando el escriba pregunta cuál es el primer mandamiento, Jesús enfatiza la confesión judía tradicional: “Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor”. Resalta la importancia de reconocer a Dios como el Único. Luego, lo conecta con el mandato de “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, resumiendo los diez mandamientos en estos dos principios esenciales: amor a Dios y amor a los demás.

 

2. El Ser Completo: Corazón, Alma, Mente y Fuerza: Jesús llama a un amor total que involucra el corazón, el alma, la mente y la fuerza. Esto no es solo una declaración, sino un llamado a la acción; amar a Dios requiere un compromiso total que transforma nuestras vidas. Amar con nuestro corazón, mente y fuerzas significa dejar que la fe modele no solo nuestras palabras, sino también nuestras acciones, impactando nuestra relación con Dios, con los demás y con la creación.

 

3. Amar a Nuestro Prójimo y a Nosotros Mismos: Jesús vincula el amor al prójimo con el amor a uno mismo, sugiriendo que el verdadero amor por los demás solo es posible cuando tenemos un amor propio sano y respetuoso. Para cuidar genuinamente a nuestro prójimo, debemos también reconocer nuestra propia dignidad como amados de Dios, permitiendo que Su amor nos llene para poder compartirlo con los demás.

 

A través de estas enseñanzas, Jesús nos recuerda que el amor es el núcleo de la fe, instándonos a construir una relación profunda y auténtica con Dios que irradie hacia los demás.

 

En resumen, este domingo se nos recuerda que la fe se fundamenta en el amor: amor a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas, y amor al prójimo como a nosotros mismos. Este amor nos llama a escuchar profundamente y a actuar con compromiso, permitiendo que nuestra fe moldee nuestras acciones, no solo nuestras palabras. Jesús, nuestro sumo sacerdote eterno, nos ha permitido acercarnos a Dios con confianza, mostrándonos que la verdadera fe es una devoción activa y plena. Tomemos este tiempo para revisar nuestra capacidad de escuchar y amar, examinando cómo vivimos estos mandamientos a través de nuestras acciones de amor cada día.


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