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"y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?"

  • Foto del escritor: P. Manuel Hernández Rivera, MG
    P. Manuel Hernández Rivera, MG
  • 15 sept 2024
  • 4 Min. de lectura

XXIV Domingo del Tiempo Ordinario

Ciclo B

Homilía 15 de septiembre de 2024

Is 50, 5-9; Sant 2, 14-18; Mc 8, 27-35



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Hace tiempo leí un libro sobre la madurez intrapersonal e interpersonal que proponía una serie de elementos a trabajar para alcanzarla. Un tema esencial es el de la “autocritica”, esto es, desconfiar inteligentemente de nuestros pensamientos y conductas, especialmente de los que nos pueden prolongar en el error; por esta razón, es importante reflexionar sobre lo que creemos y por qué lo creemos para así tener una mayor convicción.

            Para una madurez en la fe se requiere algo similar; no solo cuestionar la manera en la que creemos y vivimos nuestra fe sino abrirnos al misterio de Dios que nos confronta para conocerle más y así superar nuestras ideas limitadas acerca de lo que sabemos de Él, en otras palabras, dejamos que Él nos vaya revelando su misterio aunque desubique nuestros esquemas humanos.

            Esta confrontación y profundización para alcanzar madurez en la fe es lo que nos propone el evangelio de este domingo con las dos preguntas claras y directas que Jesús dice a sus discípulos.

San Marcos, a lo largo de su evangelio (y de estos domingos que nos ha acompañado en la liturgia), va revelando quién es Jesús y nos invita a reconocerlo a través de sus palabras y milagros. Algunos interlocutores como los enfermos, los pecadores e incluso los demonios ya lo han reconocido como el Hijo de Dios.


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Pero en la mitad del evangelio (capítulo 8) leemos que por el camino Jesús les pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?” San Marcos enfatiza que esta interrogante acontece en el camino, cerca de los poblados de Cesarea de Filipo. Este lugar será el punto de inflexión del ministerio de Jesús que ha tomado la firme determinación de ir a Jerusalén a entregar su vida. También es el camino de la vida y de quienes hemos decidido seguir a Jesús, igualmente ahí se nos pregunta.

            Los discípulos responden rápidamente, “algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que algunos de los profetas”. En la actualidad estas respuestas pueden ser: unos dicen que eres un personaje del pasado, un gran profeta del siglo I, un hombre que cambio la historia, un gran luchador político y religioso incluso un gran hermano.

Tal vez, repitiendo el catecismo que hemos recibido podemos responder rápidamente que Jesús es el salvador, redentor o mi mejor amigo. Alguna vez una persona me dijo que es un amigo imaginario o una historia para controlar un sector de la sociedad.

            Ante la pregunta podemos dar varias respuestas de lo que hemos escuchado y esa es la intención de Jesús; pero el Señor nos invita a ir más allá porque quiere que tengamos una relación auténtica con Él: “y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”.

            Sin duda alguna el evangelista quiso perpetuar esta pregunta para que todos los cristianos maduremos en nuestra fe y no caigamos en la tentación de dar por hecho que conocemos a Dios o peor aún, lo conceptualicemos. Al contrario, ¡Él vive!, quiere que tengamos una relación profunda con él y nos pide un esfuerzo para discernir nuestras propias búsquedas a cerca de su persona.

¿Pero como conocerle cuando nos separan más de dos mil años de historia? ¿Cómo experimentarle cuando parece que el cristianismo no puede presentarlo como un personaje creíble a los hombres de hoy? ¿Cómo confesar nuestra fe cuando también experimentamos dudas a acerca de su persona?

            “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga”. El seguimiento de Jesús es la experiencia fundamental en donde tenemos claridad sobre la persona y el proyecto de Jesús; en este sentido podemos conocerle y reconocerle en los sacramentos de la Iglesia, en su palabra siempre viva y desafiante, y en los pobres y los diversos rostros a los que él nos envía. Solo ahí podemos reconocerle y profesar como Pedro: “Tú eres el Mesías”, es decir, el Ungido; el enviado por Dios.


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            El Señor nos invita a seguirle para conocerle más. Pero el seguimiento de Jesús implica rechazo, entrega, sacrificio, padecimiento y cruz. Aún más, renunciar a la propia vida. ¿Qué significa eso? Con razón Pedro inmediatamente quiso disuadirlo.

            Tal vez Pedro y muchos de su tiempo esperaban un mesías glorioso lleno de fama y poder, y no un mesías servidor que ama hasta el grado de entregar la vida pasando por la cruz.

            También entiendo a Pedro y más hoy en día que se nos proponen otros valores. Sin embargo, cuando seguimos a Jesús no solo imitando su vida sino recreándola en las circunstancias en la que nos toca vivir, es decir, haciendo el bien y amando como él en nuestro propio contexto, entonces vamos experimentando la verdadera vida a la que somos llamados.

Pero amar como Jesús en un contexto que propone el odio, no es nada sencillo. Es necesaria la confianza que expresa el siervo sufriente del que nos habla el profeta Isaías: El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he puesto resistencia, ni me he echado para atrás”. Aun en medio de la adversidad, “el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido”.

            En medio de un mundo lleno de injusticias y donde el que quiere hacer el bien incomoda, habrá padecimiento y cruz. No se trata de sufrir porque así Dios lo desee sino de la fidelidad al proyecto del Reino de Dios. Mientras el mundo nos pide autoafirmación y autorrealización, Jesús pide negarse a sí mismo para dar la vida. En realidad, no es lo que se niega sino lo que se afirma: Dios centro de la vida y la acogida de su proyecto de Reino y servicio a los demás sin pretender ser el centro del mundo.

Hermanas y hermanos, qué fácil es decir que tomaremos la cruz, pero en la hora de la verdad tenemos dos respuestas: permanecer o negar; seguir al Señor o retenerlo con nuestros esquemas humanos. Pidamos al Señor que con su gracia demos una respuesta sólida con nuestra vida misma, no con las palabras sino con nuestras obras. Ya el apóstol Santiago afirmaba que una fe madura, “si no se traduce con obras, está completamente muerta”. Pidamos al Señor que nos confirme en su camino para conocerle más y seguirle.

 

 

 

 

 
 
 

1 comentario


itzel de la trinidad
itzel de la trinidad
16 sept 2024

Está reflexión me ha ayudado a analizar mi vida y mi respuesta al Señor, es verdad no es fácil seguirlo ya que implica romper con tus propias estructuras y esquemas.

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